La huella sonora
Dejad en paz al 27
Sánchez alienta la movilización del mundo de la cultura a favor de su proyecto político y Urtasun mancilla a esta generación vendiéndola como un grupo de activistas de izquierdas
Saturados de política
La tradición según Tangana

Todo comenzó cuando, hace unas semanas, Sánchez alentó la movilización del mundo de la cultura a favor de su proyecto político. «Se equivoca quien exige un sector cultural anodino y equidistante», dijo como quien eructa. Acto seguido concretó que la cultura debía defender «valores ... que se pueden estar poniendo en cuestión», entre los que citó los servicios públicos, la crisis climática o la salida de Israel del festival de Eurovisión. Pero, claro: ¿quién puede escribir una oda al proctólogo o al centro de salud? ¿Quién es capaz de estremecerse ante la insondable belleza de una isobara? Quizá solo Luis García Montero, el poeta de la nómina, que hace mucho nos enseñó que la ternura es compatible con la subvención y que se puede llorar con métrica sobre un asiento mullido. Todo esto me da pena por los chavales que, por ósmosis, pueden acabar pensando que un poeta no es un loco sagrado sino un portavoz de campaña. Y que escribir no es un compromiso con la herida sino con el Régimen que le alimenta.
Obedeciendo a Sánchez, salió en la tele una señora que se apellida Nebot, que hablaba con Javier Cercas acerca de su último libro sobre el Papa Francisco. Nebot, que reconoció no haberlo leído -es posible que no sepa- le afeó que su libro blanqueara el catolicismo. «Los ateos -balbuceó con torpeza- perseguimos un mundo con menos católicos». No voy a entrar en el fondo del asunto ni en las alternativas que puede estar barajando para eliminarnos, sino en la firmeza con la que dan por hecho que todo acto cultural ha de perseguir necesariamente un fin político y que ellos son meros propagandistas al servicio del poder.
La realidad es que el único compromiso del artista es consigo mismo y con su obra, si es que ambas cosas no fueran, en realidad, la misma. Pero, para la izquierda, la cultura es política por otros fines. No crean, solo odian; cuando se despiertan no se estremecen, solo calculan; no hay en ellos búsqueda ni asombro, solo aquello que dijo Kennedy: «No pienses en lo que el PSOE puede hacer por ti; piensa en lo que tú puedes hacer por el PSOE». Son la anticultura y dentro de ese paquete incluyo a Cercas, que, en vez de negar la mayor, hacerse grande y reivindicar que las consecuencias de su obra no le pertenecen a él si no al lector y que, en todo caso, lo que su obra persigue no es dar respuestas sino interrogantes, se esforzó en hacerse pequeñito, en darle la razón, en asimilarse a lo aceptable justificando que él siempre había sido de los buenos y advirtiendo que su texto en ningún caso blanqueaba el catolicismo porque pasaba el corte de su censura progre.
Pero la línea de puntos acaba esta semana con Urtasun mancillando a la generación del 27 y vendiéndonosla como un grupo de activistas políticos de izquierdas en lugar de como la cumbre de nuestra poesía. «Consagraron su ingenio, su compromiso político y, en muchos casos, sus vidas, a una esperanza colectiva encarnada en los avances democráticos de la Segunda República española». Por supuesto, todo eso es falso. Consagraron su vida a su obra. Y utilizarlos como si fueran teloneros de un mitin de Sumar es un atentado contra su memoria y contra la de todos.
Es urgente liberar el arte y la cultura de quienes no tienen la capacidad de comprender, de quienes los utilizan como arma y de quienes los ponen al servicio de cualquier cosa que no sea la expresión íntima del creador. Una vez la liberemos del todo de la peste sanchista, empieza a ser urgente liberarla del coñazo tradicional-moralista que vemos aparecer al fondo. Y que, por supuesto, no es otra correa, sino la misma, pero al servicio de otra mano.
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