La hora que pasó un periodista de ABC con Einstein camino de Madrid: «No soy revolucionario»
Andrés Révész abordó al sabio en el tren y conversó con él hasta la llegada a la estación del Mediodía de su vida, sus aficiones y sus opiniones políticas

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El escritor y periodista húngaro Andrés Révész se subió en Guadalajara al rápido de Barcelona y se lanzó a la búsqueda de Albert Einstein. El famoso autor de la teoría de la relatividad había ofrecido tres conferencias científicas en la capital catalana el día anterior y viajaba en ese tren a Madrid, donde se esperaba que el eminente físico diera otras tres.

Révész miró en varios compartimentos y enseguida lo distinguió a través del cristal conversando con su esposa. «Sería imposible confundir con otra esta cabeza característica, que es más bien la de un artista que la de un sabio», escribió el reportero antes de describir con detalle a Einsten.
«Tiene el pelo abundante, largo y rizado, que ha sido muy negro, pero en el cual predominan ya las canas.
Su frente -anotó- es muy alta y combada; la surcan dos arrugas profundas. Cuando reflexiona, otras curvas surgen entre sus cejas. Sus ojos, obscuros, tienen una expresión melancólica; su mirada es lejana, como acostumbrada a lo infinito. La nariz es hermosa, algo aguileña. Unos pequeños bigotes cubren el labio superior. La boca es sensual, muy encarnada, más bien grande. Entre los labios se dibuja una sonrisa permanente, ¿bondadosa o irónica?, ¡quién podría definirlo! La tez es tersa, mate, de color moreno claro».
Tocó en la puerta. Einstein levantó hacia él una mirada sorprendida, casi asustada. ¿Habría sufrido mucho por las indiscreciones de periodistas?, se preguntó Révész, quien sin dudarlo, entró y se presentó, exhibiendo el ABC de aquel día 1 de marzo de 1923, que llevaba en primera plana su fotografía.

Sin más preámbulo, el Nobel se levantó, le dio la mano y le invitó a sentarse. «Es alto (acaso tenga un metro 75 centímetros), ancho de hombros, con la espalda algo encorvada», comprobó el periodista, que sintió «honda emoción al estrechar esta mano que sobre el misterioso universo ha escrito, desde Newton, las cosas de mayor transcendencia, y al recibir la mirada de este genio, que ha sabido penetrar en los misterios que permanecen opacos y ocultos a los demás hombres». Mientras el tren corría hacia Madrid, Einstein le honró soportando sus preguntas.
Había llegado a España directamente desde Japón, donde había pasado seis semanas recorriendo el país, y de Palestina, donde permaneció quince días. Era la primera vez que venía a nuestro país y decía que le había sorprendido el adelanto de Cataluña. Iba a visitar Toledo y procuraría dar una conferencia en Zaragoza antes de regresar a Berlín, donde residía habitualmente aunque dos veces al año daba cursos en la Universidad de Leyden.
De los sabios españoles, conocía personalmente al físico Blas Cabrera, con quien había trabado amistad en Zurich, y al profesor Esteban Terradas. Y por su reputación, conocía desde hacía veinte años al sabio Santiago Ramón y Cajal.

-¿Tendría usted la bondad de indicar a los lectores de ABC los detalles de su vida cotidiana?, le preguntó Révész.
Einstein se echó a reír. Tenía una risa «muy juvenil», en opinión del reportero.
-¿Pero a quién podría interesar esto?, replicó. Pero después añadió: Pues bien; voy a satisfacer su curiosidad periodística. Mi vida es muy irregular. A veces, cuando me preocupa un problema, no trabajo durante días enteros; me paseo, voy y vengo en mi casa, fumo, sueño y pienso. Por el contrario, hay semanas en que no ceso de trabajar. Pero, en general, me acuesto a las once y me levanto a las ocho. Como ve usted, mi cuerpo y mi cerebro necesitan un largo sueño reparador. Salgo raramente por la noche; me molesta la vida social.
-¡Ah! Pues lo ignoré hasta ahora, le interrumpió, también riendo, su mujer. Yo creo que salimos bastante y recibimos mucha gente. Pero me alegra saber que esto te molesta, porque también me molesta a mí. En cuanto volvamos a Berlín, cambiaremos de manera de vivir.
-Conforme, dijo Einstein. Luego se dirigió a Révész y añadió: Desgraciadamente, fumo mucho, aunque sé que el tabaco perjudica a la salud y a la memoria. Por esta misma razón no pruebo el alcohol ni tomo café, excepto de vez en cuando, en sociedad.
-¿Tiene usted tiempo para ocuparse de literatura, de arte, de música? ¿Es cierto que es usted un excelente violinista?
-Hombre, le diré; me gusta mucho la música y toco, en efecto, casi diariamente, el violín. Pero excelente violinista...
-Pues no le crea usted -le dijo alegremente su esposa-, no sólo tiene un alma de artista, sino también una excelente técnica.
-¿Cuáles son sus músicos preferidos?
-Bach y Mozart.
-¿Y sus poetas preferidos?
-Shakespeare y Cervantes. Leo muy a menudo el 'Don Quijote' y también las 'Novelas ejemplares'. Cervantes me gusta de una manera extraordinaria. Tiene un humor encantador, al cual se suma uno involuntariamente. También me gusta la literatura rusa, ante todo Dostoyevski, y de sus novelas pongo en primer lugar 'Los hermanos Karamazov'. En cuanto a la pintura, me interesa, desde luego; pero aún más me interesa la arquitectura.

-Le ruego a usted -le dijo Einstein a Révész- que rectifique las declaraciones que se me atribuyen. Es cierto que acepté la invitación de los sindicalistas; pero dije lo contrario de lo que escriben los periódicos. Dije que no soy revolucionario, ni siquiera en el terreno científico, puesto que quiero conservar cuanto se pueda y pretendo eliminar tan solo lo que imposibilite el progreso de la ciencia. Dije que debía hacerse lo mismo en la sana evolución política. ¿Cómo hubiera podido pronunciar las palabras que se me atribuyen, puesto que vivo apartado de toda actividad política? Cierto que soy un sincero demócrata, me interesan los problemas sociales y deseo la igualdad de derechos para todos los seres humanos; pero no tengo fe en una sociedad socialista ni en el programa de producción de los comunistas.
-¿Qué opina usted de la ocupación del Ruhr?, le preguntó Révész. En enero de aquel año tropas francesas y belgas habían invadido esta región alemana, usando como justificación una cláusula del Tratado de Versalles.
Einstein reflexionó; luego dijo gravemente: «Lo que hace Francia es sumamente perjudicial para Alemania y para ella misma».
En esta amable charla transcurrió una hora. «¡Con cuánta rapidez! ¡Qué razón tiene Einstein al afirmar que el tiempo es un concepto muy relativo!», opinó Révész. Ya se veían las luces de la estación del Mediodía. Llegaron. En el andén se había concentrado una gran multitud en espera del gran sabio. Einstein bajó del tren. El magnesio del fotógrafo del ABC lanzó su llamarada, su luz violenta.
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