Las dolorosas confesiones de Chaplin a ABC: «La risa estrepitosa oculta con frecuencia un corazón roto»
El periodista de ABC Luis Calvo asaltó con mucho desparpajo al cómico en una de sus visitas a Francia cuando acababa de estrenar ‘Luces de la ciudad’ y pensaba viajar pronto a España para asistir a una corrida de toros

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La Segunda Guerra Mundial colocó a Charlie Chaplin en una incómoda posición política de la que nunca se pudo desligar y que, con el estallido de la Guerra Fría, le convirtió en un apestado en Hollywood debido a sus simpatías comunistas. Hasta entonces había tenido un perfil más bien discreto en lo ideológico y había podido viajar por Europa como una celebridad en todo su sentido más moderno, lo cual incomodaba y atormentaba a un espíritu moldeado con más lágrimas que risas. La década de los años 30, mientras el mundo se preparaba para lo peor, supuso un volcán de popularidad para el cómico, al que el periodista de ABC Luis Calvo asaltó con mucho desparpajo en una de sus visitas a Francia cuando acababa de estrenar ‘Luces de la ciudad’.
Era primera hora en la estación de Niza, 16 de abril de 1931, y ya rebosaba el lugar de gente dispuesta a meter codo por su héroe, que se abrió paso con una sonrisa de revista por el enjambre de aficionados franceses hasta coger el tren. «Charlot comunica con sus admiradores mediante el fluido de una sonrisa infantil, fresca, ingenua e infatigable, y de una mirada azul y transparente, por la que asoma a una gran cabeza judía y prognática, y a un cuerpo menudito y desmirriado un alma triste, desencantada y solitaria de poeta», le describió el cronista de ABC, que pronto descubrió lo dolorosamente cansado que estaba Chaplin de tanto viaje.
Estaba previsto que el cineasta viajara en esas fechas a España, pero, en sus palabras, «la agitación electoral me ha obligado a renunciar, de momento, a conocer su país». La agitación electoral no era otra que la proclamación de la Segunda República, lo que obligó al británico a seguir de largo hacia Marsella y luego viajar a Argel, Constantina, Túnez, Casablanca, Tánger y más tarde Japón. Solo si la situación en España se calmaba, iría a Sevilla, Madrid y Barcelona a conocer una tierra que le fascinaba: «Tengo un gran deseo de conocer España. Me interesan también los toros».
Los ojos encima
En el encuentro improvisado con Luis Calvo, el cineasta y el periodista pudieron compartir parte del trayecto en tren y conocer los proyectos que orbitaban por la hiperactiva mente del vagabundo más famoso del séptimo arte.
—¿Su próxima película será sobre Napoleón?
—No lo creo. Pero lo cierto es que no he pensado nada todavía. A mí me cuesta mucho trabajo escribir mis argumentos. Cuando preparo un film estoy escribiendo y pensando en él desde la mañana a la noche; y cuando no escribo, realizo; y realizar un film me lleva muchos meses de trabajo diario, de mañana a la noche también. ¡No es vida!

—En cambio, ahora descansa usted por Europa, gozando de su clima, de sus belleza, y de los halagos de la gloria.
—Eso es precisamente lo que me está vedado. No hay nada tan terrible como esta sensación de tener siempre los ojos de los demás sobre uno mismo. ¿Cómo voy a descansar en estas condiciones? Ahora mismo, créame usted, estoy muy cansado. Anoche no dormí casi nada. Estoy deseando llegar al barco para pasar unas horas tranquilas.
En un momento dado del encuentro, Chaplin pidió al séquito que le acompañaba a todas partes, entre ellos un criado chino, que mantuviera alejado al cronista español. El cómico estaba muy cansado tras atender en todas las estaciones del trayecto hacia Marsella a los obreros ferroviarios y a los veraneantes de la Costa Azul que le fueron recibiendo con flores y aplausos como si fuera a liberar el país del aburrimiento. Luis Calvo prefirió no atosigarlo, consciente de que una cosa era el ser humano y otra el personaje, el risueño e ingenuo Charlot, que tan famoso le había hecho en todo el mundo:
«Hay en M. Chaplin un estilo especial de quitarse el hongo, encogiendo el codo y atizando el puño, que recuerda su saludo en la pantalla. Su sonrisa, cuando echa un poco la cabeza hacia atrás y cierra los ojos, parece también un vislumbre de la sonrisa de su personaje. Pero, con todo, es tarea inútil buscar a Charlot en Charlie Chaplin. Charlot vive en Hollywood, junto a un bigotito negro, a un chaqué mugriento, un bastón liviano y unos zapatos irrisorios, y no mantiene la menor relación con este señor enjuto, pequeño, elegante, de encendido color y cabellos grises y borneadizos».
—¿Viajará pronto a España?
—Tengo un gran deseo de conocer España. El duque de Alba me ha dirigido un telegrama a París invitándome a pasar unos días en su palacio. Le conocí en Hollywood y nos hicimos muy buenos amigos. Me interesan también los toros. Está Belmonte en Madrid: los españoles que viven en Hollywood me han hablado mucho de él y me han enseñado a torear. Pero quiero ver una corrida verdadera, con toros muertos, con picadores y con banderilleros.
—Se ha dicho que pensaba usted hacer una pantomima de toros.
—No he decidido nada. Primero necesito conocer la fiesta y luego, si, como creo, me interesa, introduciré acaso una escena taurina en cualquiera de mis próximos films.
—¿Sabe usted que en España existe un torero bufo que le ha robado a usted el nombre?
—Sí. Me lo han dicho los españoles de Hollywood. Pero no habrá competencia. Yo, por ahora, no me siento muy inclinado a ponerme delante de unos cuernos.
—Sería una lástima que a última hora desistiera usted de su visita a España. Le inspiraría a usted muy interesantes páginas para su próximo libro. ¿Le gusta a usted la literatura?
—Mucho. En Hollywood me paso las horas leyendo a los grandes poetas ingleses. Mi mayor admiración es Shakespeare.
—¿Han influido en su arte las lecturas literarias?
—Eso no lo sé yo. Yo he procurado siempre que mi arte fuera real. Mi vida me ha dado todo el material que necesitaba, y hay muy pocas escenas en mis films que no estén más o menos inspiradas en la realidad de mi vida, en hechos que yo he observado o en sucesos de que he sido víctima y protagonista.

—¿Ama usted la gloria?
—Sí. Pero no busco el aplauso. Huyo de las multitudes. Me agrada su entusiasmo, pero me molesta físicamente, porque no he encontrado todavía la manera de disfrutar de sus halagos y de sustraerme a sus inconvenientes. Los periodistas, por ejemplo... ¿Usted cree que hay energía humana que pueda sufrir a los millares de periodistas que se le acercan a uno en América y Europa? He tomado la resolución de recibirlos juntos en cada país que visito, con un intérprete. Así contesto a dos o tres preguntas generales relacionadas, por lo común, con las condiciones del país, y tengo disculpa para no recibirlos uno a uno, como ellos quisieran. ¡Figúrese usted si tuviera que conversar con cada uno de los reporteros que lo pretenden y colocarme ante todos los objetivos que me amagan en mis viajes! Otra cosa a la que me niego rotundamente es a retratarme con periodistas...
—¿Qué opina usted de la enorme literatura que en libros y periódicos ha provocado su arte?
—Cada cual me interpreta a su manera. He de confesarle que leo muy poco de lo que se escribe sobre mí en Europa. No conozco más idioma que el mío. Yo, en realidad, no soy más que un clown, que ha tenido una vida muy triste y que hoy, siente todavía el pánico de las privaciones y miseria de su juventud.
La sonrisa triste
«Mister Chaplin habla con voz dulce y sencilla. Se interrumpe a menudo para responder a un saludo, admirar el paisaje o cruzar algunas palabras con su séquito. Parece uno de esos niños precoces y tristes, a quien se cuida con un amor especial, como si fueran de vidrio. Se ha desgastado definitivamente su sonrisa. Es, ahora, un hombrecito. Un hombrecito serio y melancólico. Divaga con parsimonia», narraba Calvo, cuya entrevista con el maestro del humor tuvo todo menos risas:
—Todo el mundo sabe que, en privado, el clown es el más triste de los hombres. Siempre hay lágrimas en su risa. Ahí están Arlequín, Grock y Grimaldi, símbolos humanos del tema eterno de los payasos. Todos los clown tienen una concepción fatalista del mundo, que es la filosofía del eterno fracaso. Ni la fama ni la prosperidad me arrebatarán nunca de la conciencia la idea del fracaso y de miedo; de miedo a la pobreza, a las miradas de desprecio de la gente, a las palabras ofensivas, a las privaciones crueles que yo sufrí en Londres; miedo a que mi destino adverso esté espiándome todavía y me juzgue alguna otra mala pasada. ('May still play some dirty trick upon me').
—¿Concluyeron en Hollywood sus miserias?
—Cuando mi hermano y yo trabajábamos en América, en la compañía de pantomimas Mumning Birds, de la que salí para trabajar en el cine, era tan exiguo nuestro sueldo que teníamos que recurrir en la vida a pantomimas como la siguiente: nos hospedábamos en una casa miserable, y mientras mi hermano freía la carne, yo me sentaba en la puerta y tocaba la mandolina para distraer a la dueña y evitar que se diera cuenta de que utilizábamos el gas para nuestra comida. Desde chico aprendió uno esta paradoja; la risa estrepitosa oculta con frecuencia un corazón roto. Tenía que hacer reír a la gente con el estómago vacío, aprovechando el hambre propia y las miserias que padecíamos como temas de burlas. Recuerdo que una vez, al salir a escena, tropecé con un bastidor, de tal manera que tuve que hacer un esfuerzo supremo para sostenerme sobre la punta del pie sin caer a tierra. Hubiera sido ridícula una caída semejante a presencia del público, y saqué fuerzas para evitarlo. Este alarde acrobático y la cara de dolor que debí poner me proporcionaron mi primer éxito grande.

—¿Y ahora? ¿Cómo consigue usted conmover y hacer reír al público viviendo una vida regalada?
—Pues lo mismo que antes. Yo tengo sobre mí el peso de los dolores juveniles, y a ellos debo el triunfo. Y ellos son la razón de mi arte. Todo lo que he vivido lo convertí en materia del clown.
Llegados a Marsella, Chaplin sacó a relucir los dientes, se colocó el sombrero, un abrigo gris y una sonrisa que parecía tan postiza como el resto de prendas para saludar a la muchedumbre que, de la estación al puerto, aguardaba «el paso del clown idolatrado». A continuación, el periodista y el cómico se despidieron: «Adiós. Salude al duque de Alba, y dígale que acaso vaya a Madrid dentro de quince días», prometió el británico en vano. Chaplin no llegó a conocer los toros en las Ventas, pero sí en ese mismo verano acudió con unos amigos a Biarritz, desde donde se trasladó un día a San Sebastián a conocer finalmente el arte de la tauromaquia.
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